La teoría de la cancelación

«Urbanópolis» de Salvador García Espinosa

Tan solo durante el año pasado, los usuarios de redes sociales se incrementaron en 227 millones, para alcanzar, en julio del 2022, un total de 4,700 millones de personas. Son muchas las razones que hacen que cada vez más gente utilice las diversas plataformas digitales como medio de expresión y comunicación.

Las llamadas redes sociales son fundamentalmente útiles para que las personas puedan establecer relaciones personales y de intercambio de información, la interacción de los usuarios y espectadores han propiciado cambios de conducta, incentivan una moda para incrementar el consumo de un determinado producto, incluso han dado origen a movimientos de opinión, a impulsar manifestaciones, hasta crear grupos de apoyo para alguna causa en específico.

El impacto de las redes sociales sobre la opinión pública ha sido tan determinante que, por ejemplo, en lo político, ya no basta el discurso que años atrás se expresaba en tribunas y plazas públicas, ahora los debates buscan llegar a más cantidad de usuarios, aquellos que, aunque distantes geográficamente, pueden influir en aumentar la participación social.

Además, las diferentes plataformas digitales conforman un espacio abierto para compartir experiencias culturales, diversificar y expandir contenidos diferentes a los convencionales. De forma simultánea a este espíritu de integración virtual, que ha propiciado el reencuentro de personas, su agrupación entorno a gustos, modas o ideas, ha surgido la denominada “cultura de la cancelación”, que consiste en una práctica de “cancelar” el apoyo a una persona por el hecho de haber dicho algo que se considere ofensivo o simplemente cuestionable.

En otras palabras, podríamos describirlo como una especie de bullying cibernético, en el que miles de personas acuerdan descalificar o atacar el punto de vista de una empresa o persona. Lo que llama la atención en esta cultura de la cancelación, es que no se trata de una simple divergencia de opiniones o desacuerdo, sino que se ha utilizado para delatar actitudes homofóbicas, racistas, machistas, etc.

Es tan significativa esta práctica, que los casos en que las personas atacadas han perdido su empleo, familia o amistades, además de dinero, son innumerables. El multipremiado actor norteamericano Kevin Spacey fue acusado en 2017 de acoso y abuso sexual presuntamente cometido veinte años antes; ante las críticas y cuestionamientos de la audiencia, Netflix anunció que cancelaba todos sus compromisos y proyectos con el actor.

El director de cine James Gunn, famoso por llevar a la pantalla la película Guardianes de la Galaxia, fue despedido por Disney en 2018 después de que se conocieran unas publicaciones antiguas en redes sociales con bromas sobre abuso infantil y pedofilia. El humorista Kevin Hart tuvo que declinar la invitación a presentar los Óscares en 2018, porque surgieron protestas tras encontrar tuits homofóbicos en sus cuentas. ​

Le famosa autora de los libros de Harry Potter Joanne Rowling, también autora de la serie de libros de Harry Potter, fue acusada de transfóbica por decir que el género se correspondía con el sexo biológico, y se dio a la tarea de redactar una carta que firmó junto a personalidades muy distintas, donde advierte sobre los peligros de la llamada cultura de la cancelación, el clima de intolerancia y la necesidad de reivindicar el derecho a discrepar.

Y es que, más allá de coincidir, validar o disentir, esta cultura de la cancelación se asume como una práctica generalizada en el mundo, que invita a silenciar a todo aquel que atente contra los valores considerados políticamente correctos o aceptados ideológicamente. Se presenta como la expresión de la intolerancia, de la imposición de una moral sujeta a subjetividades y sentimientos de quien la impulsa.

Más allá de validar o coincidir con las ideas y conductas, esta práctica cancela la posibilidad del diálogo, no da espacio a construir acuerdos, incluso no se busca la verdad, se cree y actúa sobre lo dicho o divulgado. Niega la posibilidad de escuchar, de entender o comprender al otro, para ceder espacio a los neo-intolerantes como la única voz que se escuche. Conviene recordar lo dicho por el expresidente de Estados Unidos, Barack Obama, cuando advirtió contra esta cultura en los medios sociales, al afirmar que: “las personas que hacen cosas buenas también tienen defectos”.

El principal problema de esta práctica de la cancelación es que toma lo que alguien haya hecho o dicho hace años y lo descontextualiza para usarlo en su contra. Si bien, se ha convertido en un movimiento útil, al visibilizar agresiones y actos impropios a través de redes sociales, como una forma de reprender y reprochar a quien los comete, su abuso está conformando un espacio que margina y castiga a quienes ha cometido actos que, en muchos casos, no son ilegales, sino simplemente considerados inmorales, sin que puedan ser escuchados.

Claro que todos y cada uno de nosotros podemos estar o no de acuerdo con las variadas ideas que circulan en las redes, o simplemente con las opciones vertidas por compañeros, conocidos en uno de los múltiples chats del trabajo, de la escuela o de vecino; tal y como ocurre con la publicidad de tal o cual producto, que publicita valores falsos sobre su producto.

Siempre estamos expuestos a la diversidad de ideas, es algo que nos enriquece como sociedad y como individuos, toda idea es cuestionable, pero nos permite exponer argumentos que inviten a la reflexión, sin embargo, para esto es fundamental la construcción de un diálogo. La práctica de la cancelación no solo anula e ignora la capacidad de los individuos de cambiar, sino que anula la posibilidad de diálogo, y eso nos empobrece como sociedad.

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