La cuchara grande

Jaime Darío Oseguera Méndez
El gran ginebrino Juan Jacobo Rousseau escribió en su obra monumental “El Contrato Social” que el Estado no subsiste por las leyes sino por el poder legislativo que es “el corazón del estado; el ejecutivo el cerebro, que lleva el movimiento a todas las partes. El cerebro puede paralizarse y la vida continuar, pero tan pronto como el corazón cesa en sus funciones, aquella se extingue.”
Independientemente de lo que establece la Constitución federal y la particular de nuestro estado, son tres las tareas centrales del Poder Legislativo. La principal por supuesto es hacer leyes, abrogarlas, reformarlas y estar pendiente que el marco normativo se encuentre actualizado y funcionando. Por otro lado, también es responsable de aprobar el presupuesto y controlar lo que se pretende recaudar a través de impuestos.
En tercer lugar está la fiscalización, que sin duda se ha convertido la columna vertebral para la legitimidad de los parlamentos en el mundo moderno.
En la teoría de la división de poderes, el Parlamento es el contrapeso real del Poder Ejecutivo. Son varias las razones. Ahí reside la representación de todas las fuerzas políticas, es decir la soberanía popular que es indivisible está simbolizada en su totalidad, incluyendo las diferentes minorías.
Eso le da fuerza.
Si no tiene legitimidad, no puede ser el auditor ni cuestionar la manera como los otros dos poderes, particularmente el ejecutivo, ejercen el gasto o actúan cotidianamente. Deslegitimado y cuestionado, pierde su calidad moral. Se auto anula y con ello pone en riesgo todo el sistema.
Esta semana dio a conocer La voz de Michoacán en un magnifico reportaje denominado “La cuchara grande”, que se ha dispuesto un recurso
adicional presupuestado para el Poder Legislativo por la cantidad de 101 millones de pesos que, presuntamente será repartido entre los 40 diputados locales. Mas o menos a razón de dos millones y medio por cada uno.
Este tipo de asignaciones, se inscriben en la mayor opacidad posible, disfrazadas con nombres etéreos, rimbombantes y con toda la intención de ocultar el aumento en sus ya abundantes percepciones personales.
“Prerrogativas extraordinarias”, “Asignaciones por concepto de comunicación social” “Asignaciones a comisiones y comités” son los conceptos bajo los cuales los diputados locales esconden sus escandalosas y estratosféricas percepciones. Se los asignan ellos mismos en reconocimiento a ser tan maravillosos, inteligentes y útiles para Michoacán.
Si fuera un concurso de mentiras y cuentos, lo ganarían. Además la invención de estos conceptos, se inscribe en el más vergonzoso cinismo: para no decir que ganan más se inventan que le dan más dinero a la prensa, que habrá mas dinero para trabajo en comisiones, son conceptos que los exhiben y desvirtúan.
¿Se requiere más dinero para las comisiones que casi nunca funcionan? ¿Qué pasa con el que ya se les asignó? ¿Hay forma de auditarlo?
En el 2011 el presupuesto del Poder Legislativo era de poco mas de 580 millones. Ya para 2015 había subido la mitad quedando en poco más de ochocientos millones. Para este año 2022 se aprobaron más de mil cien millones de pesos, más las asignaciones adicionales.
En diez años se duplicó el presupuesto del Congreso. No creo que haya sucedido lo mismo con los recursos para educación o la Universidad Michoacana sólo por poner un ejemplo. Siguen siendo cuarenta diputados pero hoy tienen el doble de presupuesto. Se despachan con la cuchara grande.
En el fondo se van a enfrentar a un problema que no es nuevo: todos esos conceptos ficticios, esconden un pago que seguramente no se encuentra respaldado por los impuestos correspondientes. Todas las asignaciones equiparables a sueldos y salarios, al menos tendrían que causar Impuesto Sobre la Renta. A ver que dice el SAT.
Las cúpulas del Congreso siempre son las beneficiarias de la opacidad. Eventualmente “salpican” a los demás para que no se les amotinen pero la información completa sólo la manejar tres o cuatro que a su vez controlan el Congreso, las posiciones y el dinero.
Es el momento de volver a discutir la necesidad de la reducción de diputados, fundamentalmente los plurinominales y generar un esquema de transparencia para el Legislativo. Así como están no pueden ser el fiel de la balanza con los otros poderes. Los tienen agarrados de las bolsas.
Es muy estridente el pleito entre algunos diputados por el destino de los recursos principalmente cuando se trata de los pagos que se hacen al personal que cada año se contrata, disfrazados de asesores muchas veces ficticios o para escarbar fosas clandestinas como dijo el gran Javier Favela, redactor de la nota que exhibe este desaseo.
Ahora vendrá la carrera contra el desprestigio. Para hacerlo, muchos legisladores se empecinan en presentar iniciativas de lo que sea, para el dineral que reciben. Ese es el origen de nuestra sobre regulación. Tenemos decenas o cientos de leyes absurdas, innecesarias, repetidas, obsoletas y muchas de ellas sobre temas notablemente frívolos.
En este afán de decir que el dinero que reciben se lo merecen, los legisladores se ponen creativos y aceptan todo lo que les envían o proponen sus asesores. No importa si la sociedad lo necesita; lo importante es presumir que presentaron tal o cual cantidad de iniciativas.
Lo anterior se complejiza con el debate interno entre legisladores. Los grupos parlamentarios viven una permanente, encarnizada e incesante disputa por el liderazgo. Los lideres, en el afán de no perder adeptos, permiten que los diputados hagan casi lo que quieran en materia de iniciativas, así que presentan ocurrencias fuera de la agenda legislativa.
Vaya clase de diputados, dijo una señora en alguna reunión, quiénes son, de dónde vienen; sencillamente son el espejo de nosotros mismos, sus electores. No vienen de otro planeta. Sólo son el reflejo de nuestra propia apatía y, por que no decirlo mediocridad.