¿Cuarta etapa? Por Jaime Darío Oseguera Méndez

Propaganda del PRI en una pared
  • No se si Morena sea como dicen algunos la cuarta etapa del PRI

En 1929 el General Plutarco Elías Calles, decide visionariamente que la mejor manera de apaciguar las aguas de la disputa revolucionaria para consolidar los postulados de la Constitución de 1917 y trazar una ruta hacia la pacificación del país era crear un partido político nacional, que reuniera a la gran mayoría, de las expresiones políticas que participaban en la disputa por el poder.

Así nace el Partido Nacional Revolucionario, como el recipiente del gran acuerdo para estabilizar al país desde arriba: el partido oficial que cumplió de forma más o menos ordenada en instaurar un régimen político aglutinador, nacional, estabilizador y con la capacidad política suficiente para lograr un acuerdo mayoritario que diera paz e iniciara el camino al desarrollo del país. Esa primer etapa duró dos décadas, de 1929 a 1938.
En las democracias modernas que tienen su base en el sistema de representación, los partidos buscan éxito en el ámbito electoral a través de lograr coaliciones dominantes.
En ese momento el partido oficial logró la coalición dominante repartiendo el poder a los caciques y militares locales, para que se acabara la diputa nacional.
El Presidente Cárdenas busca darle un giro al partido y crea los sectores nacionales para atraer grupos políticos en función de su actividad. Así la coalición dominante se construye con el Sector Obrero, Campesino, Popular y Militar que reclaman para sí reivindicaciones específicas: laborales, por un mayor reparto de tierras y beneficios a las clases marginadas. Querían tener una respuesta para las clases medias emergentes de ese momento, conservando también un espacio para el sector militar con los decanos de la lucha armada. Así se concibió a segunda etapa dando nacimiento al Partido de la Revolución Mexicana (PRM).
Al final del sexenio del General Ávila Camacho y con la candidatura de Miguel Alemán, ambos provocan el cambio de siglas organizando así el PRI, en este afán por modernizar las instituciones y dejar de lado el impulso hacia la izquierda que había sobrevivido por más de una década de la mano del cardenismo.
Desde entonces y hasta el año dos mil cuando por primera vez hubo alternancia política en la Presidencia de la República, se ha considerado la tercera etapa del partido tricolor.
El análisis de las contribuciones del PRI al país se mueve siempre en la ambivalencia de partidarios y detractores: estabilidad, porque fuimos prácticamente el único país de América Latina que no tuvo un golpe de estado, pero a costa de la hegemonía política y poca apertura. Crecimiento económico en su momento con saldos espeluznantes de marginación y pobreza; un sistema de salud y educación pública, que permitió grandes niveles de movilidad social pero insuficiente para llevarnos al primer mundo y que sigue siendo motor de desigualdad; redes de infraestructura con ciudades entre las que subsisten zonas rurales absolutamente abandonadas.
De manera picaresca se dice que la cuarta etapa del PRI la esta viviendo ahora con la mayoría de Morena porque muchos de los militantes tricolores son los que hoy le dan triunfos a la nueva mayoría en migración masiva. También parece que la nueva mayoría actúa a semejanza de la vieja hegemonía.
Lo cierto es que el PRI perdió estrepitosamente la elección del domingo. Es el deterioro más dramático que se ha visto en un partido que en sólo una década está en su peor crisis ideológica, orgánica y política.
El PRI no gana porque no está definido. No hay ideología porque priva la ambición y las cúpulas están cómodas en los arreglos de élites. No hay necesidad de salir de la zona de confort. Si no hay definición no hay mensaje y sin mensaje no hay simpatías, sin lo cual no hay votos.
Un partido político democrático debe tener la solvencia ideológica y programática para competir por el poder de manera lícita, abierta, legítima; para ganar o perder como es el juego electoral, pero debe tener clara su posición frente al gobierno o sus adversarios y aliados políticos. Debe saber qué tipo de partido es, qué quiere y como lo va a conseguir.
Mientras el PRI no se exprese y tome acciones contundentes en contra de la corrupción que han enarbolado algunos de sus propios gobiernos, será muy difícil recuperar la confianza de los ciudadanos.
No hay en las cúpulas una crítica constructiva sobre lo que se hizo mal o los excesos de un sexenio donde el PRI inició avasallando electoralmente generando la expectativa de renovar la clase política con un puñado de políticos, muchos de ellos jóvenes, que resultaron corruptos, ignorantes y displicentes. Eso lo vieron los ciudadanos.
No hay por ejemplo un pronunciamiento sobre el juicio a Lozoya y sus cómplices. Más bien parece que esa investigación es el grillete que tiene a gran parte de la clase política cocinándose en su jugo y esperando ver a qué hora les toca el turno.
Siempre he dicho que para tener la lengua larga es necesaria la cola corta, pero en este caso, si las dirigencias no tienen capacidad para reconocer la monumental corrupción que se dio en torno al caso de Pemex, Agronitrogenados, Lozoya, Odebrecht y todos los que salen salpicados, entonces no podrán volver a aparecer en la palestra política.
No deberían volver al escenario, y entonces tienen que dejar que vengan otros, esos sí limpios.
En los congresos de todo el país, los diputados, quienes deberían ser la voz de una eventual reconstrucción, son palaciegos, cortesanos de gobernadores en turno. Si algo los distingue es su falta de capacidad crítica y su opacidad ante los problemas. En algunos casos es por ignorancia e incapacidad. En otros entran de lleno al mercado de las bonificaciones, las prebendas, el intercambio de favores.
Ya algún clásico de la política mexicana había definido estas actitudes como prostitución política. Hay que decir que algunos se salvan. La verdad son muy pocos.
No se si Morena sea como dicen algunos la cuarta etapa del PRI. Así como van, Morena los necesita nada más para ridiculizar y exhibir a los corruptos.